Eres bueno… muy bueno…
pese a todo, eres bueno tío, eres un grande. Tras litros y litros del peor
alcohol, abrazado a su amigo y escuchando música mientras pensaba en deleitarse
alunizando una panadería, le profesaba estas palabras. Una vez más pateaban esas
calles, las patrullaban huyendo de la propia noche y si la mala
suerte lo exigía, recordaban noches mejores, noches que desde imberbes,
compartían. Noches de locura, noches de pasión de uno o del otro, de vergüenza
y de dolor. En todas uno y en todas el otro. Y casi siempre acabando uno
apoyado en el otro, en las buenas y en las malas. El tiempo seguramente sería
injusto, los separaría en sus vidas, reducirían las noches a puros recuerdos en
una mesa, en una sobremesa que se alargaría tanto como la siguiente llamada.
Pero la amistad cuesta, la amistad duele y hay que dejarla cambiar, porque en
las malas siempre estará ahí oscureciendo vasos con hielo y ron, aplacando el dolor de las fotos de bocas abiertas de felicidad, de la carencia de oxígeno, de la falta de principios...
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