lunes, 4 de marzo de 2013

16. Guillen....


Cierro la ventanita que el frío aprieta, apago la luz y tiro la correspondencia, en la que un nombre sobresalía y  que llegó a la basura con más ganas. No hay rencor que mitigue, ni por un segundo, la sensación de haberle ganado parte de una batalla a la vida, el despropósito clandestino de haber caído al infierno y haber conocido a Caronte sin ser Orfeo, siendo el Aqueronte mi sangre pasada de vueltas, mi sangre amarga. Sienta bien poder mirar a la cara a alguien y decirle lo detestable que me resulta, olvidarme por fin del esnobismo revolucionario de algunos, la hipocresía burguesa que adormece los gatitos en sus brazos y se los come en el chino mientras le chorrea la salsa de bambú y se escuchan los maullidos de la sangre de horchata que llevan por credo. Se me olvido el tuntún de esas decisiones estúpidas, la rocambolesca idea de quererla más que a nadie, cómo abrazo hoy la vida de zángano, de sanguijuela, de cebras pintadas donde sea, de conos de helado de pistacho humeantes…
Pero también abrazo los recuerdos del pasado, lo que me llevó a sentarme otra vez sólo hasta que el culo duela, los paisajes y toda clase de verbenas del estilo que aún sin devoción pero con cariño, sigue pegado en el corazón. Sueño a veces con algo de eso, deseo tal vez de compañía, así como a veces sueño con mi país, sin muchas ganas de volver a pisarlo.   

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