Desear que mi alma vuele otra vez sobre el papel que demasiado seco se reseca al sol e inspira con genial gramática el ojo claro de la amistad, de
nuestra amistad, del arte de amar, del que un día amó, de los pajaritos que
suben y bajan, los petirrojos, los azules y los beige, todos acunados,
olvidando lo que un día me dijo ese viejo y sabio rufián. Adoro flotar sin
fumar, adoro beber sin desvariar, odio recordar tu pelo llorando por fases
porque fue un poquito más de lo que siempre quise.
Atrapados estamos en este
mar que nos encarcela siendo la humanidad un deseo único del cielo que se
empeña en alejarnos de la realidad. Todo esto suena demasiado rebuscado, demasiado a secas.
Y con esto empiezo
presentándome ya por fin como lo que soy, un mosquetero sin espada, un sabueso
sin olfato, un vendedor sin alfombras, un amante deprimido, una hoja que cayó
al fin y rozando la tierra alzó la vista más allá de lo que nunca había hecho y
sintiendo el viento cálido levantarla y acunarla junto a las otras, supo que su
esqueleto sobresalía ya de sus colores. Todos somos todo y yo no seré menos,
soy carnicero y soy pastor, soy marchante y soy rebelde de profesión, soy
político y soy chapero, soy una bestia mitológica y soy el que te acurruca
junto a la chimenea para que no llores y que a la salida se sonríe y te toca
una teta tan asustado como miserable. Pero ante todo, soy el que defiende y
defenderá las letras como la única razón de existir y crear existencia, para
brillar y para hacer del anochecer la poesía que en verdad es y no un cúmulo de
gases, que las carnes tiemblen y que los cigarros no sean meros palitos
incandescentes que provocan tos seca y tumores innombrables.
No sé si por demostrar
algo o por miedo, pero siempre adopté cierta complacencia con la gente, un ánimo
de superioridad que me dio cierta ventaja, siempre tuve un libro raro, una
mención especial, un autor cliché, siempre rechiné al verla con su estupidez de
siempre, siempre fui un pedante sin tabaco que mascar. Todas esas cosas tan
deplorables, palabras mal usadas, conjunciones, adverbios, participios malgastados
por un órgano que bombea sangre al resto de órganos… Paseaba cual imberbe
seguro que la vida no daba la vuelta a la esquina, la esquivaba como la esquivo
hoy y todo su peso y consecuencia, como el resto, de una perfección que pasma e
inquieta. Quizás por ello nunca me creí.
Luego conocí a una, nos
casamos, o algo así, en realidad ni vivimos juntos, pero como si lo hubiésemos
hecho porque hicimos algo más, nos inventamos, pasamos de ser una cola y un
cuerpo redondo, a una cola, un cuerpo redondo y unas patas para terminar siendo
en su caso una ranita de colores hermosamente llamativos y yo a perder las
patas. Aprendí mucho, pero casi todo mal.
Así que nos divorciamos,
o dejamos de vivir juntos, bueno se fue al carajo y me quedé solo con mi cola.
Más grande que al principio, se estiró de ser mi única extremidad útil. El caso
es que sin la ranita de colores que me protegía de los depredadores y con la
charca cada vez más seca, decidí no decidir nada y empezar a escribir. La charca no da para mucho, pero al lado de la
charca había un cine al aire libre y en las noches frías de invierno cuando la
charca helaba, me acurrucaba entre alguna pareja emanante de calor y disfrutaba
de maravillosas películas cuyo fin desconozco y me trae sin cuidado. Empecé a
esbozar ideas, imágenes y parajes que aturden, parajes que no he visto ni
quiero ver, amores de los que huyo como la lepra, mujeres con pelos
interminables y sonrisas que de blancas e inmaculadas perdieron la base del
beso rasposo con sabor a hielo rancio y coca cola. Y en esas estoy, sin nombre
ni país, sin familia ni amigos, sin cambios ni aspiraciones y con la única
certeza cercana de no querer ser ese bicho mal pisoteado, sin querer ser esa
hormiga obrera comida por su reina al morir a su servicio ni esa mantis cuyo
coito por sorpresa le costó la cabeza.
Tampoco quiero llevar la
vida de un trovador porque no valoro lo suficiente mis amores ni a mis
superiores. No escupo sobre la sociedad porque al fin y al cabo es la que nos
brindará el cartón y la botella en una bolsa de papel. No pienso portar la
palabra de la humanidad, porque ni en mil años quiero terminar con un tiro en
la cabeza a mitad de desfiles cutres y coches sesenteros y porque la producción
de admiración es la más misteriosa e insolente mentira que nos pueda abofetear.
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